viernes, 16 de marzo de 2012

"MUERTE DE UN MAESTRO"


ARTÍCULO DE JUAN CARLOS RIVAS FRAILE PUBLICADO EN MUNDO OBRERO Nº 246 DE MARZO DE 2012

En los últimos tiempos Theo Angelopoulos se quejaba de que el cine europeo había sucumbido al peso aplastante del cine norteamericano, a esa manera de narrar que convierte al espectador medio o mayoritario en un zombi a merced del delirio acelerado en el montaje y del grado cero en la escritura de las ideas, de la fórmula repetida "ad nauseam". Su cine, el del maestro griego, no podía sobrevivir en un ecosistema tan falto de oxígeno y cada vez tenía más dificultades para poderlo producir. Había perdido la alta consideración que un día tuvo, en los festivales más impor­tantes, Venecia, Berlín, Cannes, y entre la crítica que a ellos acudía, quienes un día le instalaron en el panteón de los dioses junto a algunos de sus amigos consagrados, Antonioni, Tarkovski, Bergman... Él, que en 1997 estuvo nominado al Goya a la mejor película europea por su fascinante y estremecedora "La mirada de Ulises", pudo haber dicho unos años más tarde, con la socarronería de nuestro admirado Juan Antonio Bardem: "¿hay algún productor en la sala?".

Estaba, pese a todo, rodando su última película, "El otro mar", que versará -si su hija Eleni consigue terminarla- sobre la gran tragedia griega actual, cuando un desgraciado lance del destino le arrebató la vida. Un accidente absurdo sobrevenido en una localización de rodaje, un policía motorista fuera de servicio le atropello el 24 de enero, una polémica sobre varias ambulan­cias averiadas y una tardanza fatal para sus gravísimas heridas. El maestro de la melancolía, del viaje incesante adelante y atrás en la historia de los pueblos, de la niebla, la nieve y la lluvia empa­pando el alma de sus desarraigados personajes, emigrantes que retornan, refugiados que huyen, periodistas que investigan el pasado, cineastas que tratan de recuperar la memoria propia y la colectiva... murió. Y su muerte pareció la venganza propia de un dios cruel, uno de esos dioses que se complacen en juguetear con el destino de las personas, concepto subyacente en sus his­torias, las de los pueblos y las de sus solitarios personajes, siem­pre caminando, siempre en movimiento a ninguna parte, a una Itaca finalmente inexistente, testigos de la violencia, "partera de la Historia", que diría aquel pensador renano que asoma sin enseñorearse, pero latente, en sus películas.

Theo Angelopoulos había dirigido, entre otras, unas cuantas obras maestras: "El viaje de los comediantes", 1975 (Premio de la Crítica en Cannes), de "Alejandro Magno", 1980 (León de Oro en Venecia), de "Viaje a Citera", 1984 (Premio al Mejor Guión y de la Crítica en Cannes), de "Paisaje en la niebla", 1988 (Mejor Director en Venecia), de la citada "La mirada de Ulises", 1995 (Premio del Jurado y de la Crítica en Cannes), y de "La eternidad y un día", 1998 (Palma de Oro en Cannes), último instante de fulgor, aunque no de creatividad, prolongada después durante más de una década. Un cine cargado de poderosas imágenes, preñadas de simbolismo, cuyo significado él mismo desdeñaba aclarar. En una entrevista a propósito de "La mirada de Ulises" me confesaba que, la gigantesca estatua de Lenin viajando río abajo por el Rin para algunos representaba el ocaso del comunismo, y para otros, comunistas, decía con media sonrisa, significaba un regreso a los orígenes, al marxismo, abandonada la tenebrosa noche del estalinismo en la desmembración de la antigua Yugoslavia. Él no había pretendido ni lo uno ni lo otro, no lo había buscado; como decía Picasso, "yo no busco, encuentro". Nunca he visto una secuencia en el cine más conmovedora, más aterradora y violenta, como la secuencia de la matanza de toda una familia envueltos en la niebla en Sarajevo. El espectador tiene ante sí al protagonista de la cinta, un inmenso Harvey Keitel, escuchando voces fuera de cuadro, luego disparos, luego el atronador silencio de la muerte. Un uso magistral del campo y del fuera de campo que provoca mil veces más horror que la visualización pornográfica de la violencia. Es una secuencia que encierra en sus muchas capas emocionales todos los elementos princi­pales de su cine: poesía, tragedia, testimonio de la Historia, lo único de puesta en escena, mirada humanista, compromiso con la Humanidad.

En estos tiempos, en que tantos valores están siendo pisotea­dos por la barbarie del gran capital, en que los forajidos financie­ros someten de manera implacable y ejemplarizante al viejo y noble pueblo griego, la mirada lúcida de Theo Angelopoulos se ha apagado. Su voz y su aliento perdurarán por siempre en sus películas.

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