miércoles, 24 de octubre de 2012

"RELACIONES DEL TRABAJO INTELECTUAL CON EL CAPITAL"


ARTÍCULO DE ANDRÉ BRETON PUBLICADO EN OCTUBRE DE 1930

¿Cuáles son sus ideas sobre la función actual del capital frente a la producción intelectual?
Quienes explotan la producción literaria y artística, ¿cumplen con sus deberes hacia las letras y las artes?
En lo referente a librería. Teatro, ediciones musicales, cine, prensa periódica y cotidiana, venta de obras de arte, ¿tiene observaciones optimistas o pesimistas que formular sobre las relaciones del trabajo intelectual y quienes hacen fructificar dicho trabajo?
Si considera que deberían efectuarse modificaciones, mejoras en estas relaciones, sírvase indicarlas.
¿Cree que sería del interés de los productores crear asociaciones para explotar ellos mismos su trabajo? En este caso, ¿cómo concibe las asociaciones?
L’Esprit francais, 15 de agosto de 1930.

Para evitar a priori todo tipo de confusión, es preciso distinguir dos modos principales de producción “intelectual”: 1º el que tiene por objeto satisfacer en el hombre el apetito de espíritu, tan natural como el hambre; 2º el que tiene por objeto satisfacer en el productor necesidades totalmente distintas (dinero, honores, gloria, etc.). La antigua coexistencia de esas dos tendencias, unida al esfuerzo de la segunda para formar aparentemente un todo con la primera, es de tal índole que puede ahogar el verdadero debate, debate que a ustedes tal vez no les preocupa darle curso.

En efecto, poco importa saber si los servicios prestados por el capital a esta segunda clase de productores, en empleos, propinas y condecoraciones, los retribuyen de una manera más equitativa, menos que equitativa por su celo en tratar de valorizar ideológicamente ese capital, asumiendo cada día la defensa de su ejército, de su iglesia, de su policía, de su justicia y de sus costumbre. Dicho individuo es parte integrante del mundo capitalista y el nivel de sus disgustos para con ese mundo no podría moralmente exceder el de los disgustos de otro aprovechador, digamos, por ejemplo, de un negociante de caucho.

El productor intelectual que quiero considerar, aparte de éste, es aquel que, por su producto, procura satisfacer ante todo la necesidad personal de su espíritu. “Una cosa –dice Marx- puede ser útil y producto del trabajo humano, sin ser mercancía. El hombre que satisface, por su producto, una necesidad personal, sin duda crea un valor de uso, pero no una mercancía. Para producir mercancías, no tiene que producir un simple valor de uso, sino un valor de uso que pueda servir a los otros, un valor de uso social”. Notemos que el problema, considerado desde el ángulo intelectual, se complica por el hecho de que este valor de uso social puede constituirse muy lentamente: Baudelaire agobiado por las deudas y sus herederos enriqueciéndose cada vez más. Podemos, por ello, deducir por una parte que Baudelaire se vio frustrado en la posición de seguridad material a que tenía derecho a cambio de su trabajo (en virtud de todas las leyes económicas de equivalencia); por otra parte, siendo extensivo el caso de Baudelaire a toda la categoría de investigadores auténticos que nos ocupa, con ciertas producciones muy excepcionales del espíritu, en el régimen capitalista, sucede lo mismo que con ciertas materias preciosas que, siempre según Marx, distan mucho, para quienes las buscan, de “pagar completamente su valor”, el diamante por ejemplo.

La reglamentación profesional del trabajo intelectual así concebido es y será siempre imposible en la sociedad burguesa: 1º porque a esta reglamentación no se le puede aplicar más que un juicio cualitativo, el cual históricamente ha revelado no ser el de los contemporáneos sino, casi siempre en contradicción con este juicio, el de la posteridad; 2º porque es imposible apreciar su valor según la medida común de la hora de trabajo. (Si un poeta gasta un día para escribir un poema, y el zapatero el mismo tiempo para hacer un par de zapatos, no deja de ser cierto que dichos artículos no son intercambiables, y que, además, si el zapatero comienza de nuevo al día siguiente, no forzosamente el poeta será capaz de hacer lo mismo).

Me apresuro a agregar que en este campo, por supuesto, estoy contra toda reivindicación inmediata, que aquí sólo pretendo mostrar el antagonismo absoluto que existe entre las condiciones de independiencia del pensamiento que acaba –demasiado tarde, es cierto, para quien pensaba- por vencer la cobardía humana y las condiciones de equilibrio transitorio de un mundo en donde es mucho más eficaz desde todos los puntos de vista considerar como promedio que “de una hora de trabajo el capital se atribuye la mitad… sin pago”. Hasta que no se cancele esta deuda aplastante, no cabe tomar en cuenta las quejas específicamente intelectuales que, siempre y cuando estén justificadas, no tienen que manifestarse en forma de vanos reclamos corporativistas, sino que más bien han de convencer a quienes deben padecer así el orden actual de las cosas, para que se pongan sin reservas, como si fuera suya, al servicio de la causa admirable del proletariado.

Fuente: SalonKritik

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